Ni niños/as, ni adultos/as…¡Adolescentes!

La RALE (Real Academia de la Lengua Española) define la adolescencia como el periodo de la vida humana que sigue a la niñez y precede a la juventud. Según esta definición, parece que la adolescencia no es más que una etapa de transición, una especie de puente que lleva desde la tierna niñez hasta la adultez temprana.

Los cambios físicos ligados a la pubertad, la socialización con el grupo de iguales que cobra más importancia que nunca y todos los procesos psicológicos que influyen en la formación de la identidad se dan en una etapa que consideramos de transición. Y si no es mucho pedir: cuanto más rápido pase, mejor.

Como que esta definición no le hace justicia a una etapa tan importante en el desarrollo de la persona a todos los niveles, ¿no?

¿CUÁLES SON LAS MAYORES DIFICULTADES QUE PRESENTA LA ADOLESCENCIA?

Llevo mucho tiempo dándole vueltas a la mala fama que tiene esta etapa de la vida en nuestra sociedad.

Trabajar muy de cerca con adolescentes y poder reflexionar con ellos acerca las creencias que se tienen a nivel social sobre la etapa del ciclo vital que atraviesan me ha ayudado a curarme los prejuicios (que por supuesto yo también tenía).

  • No, no es una etapa de transición que tiene que pasar cuanto antes.
  • No, sus preocupaciones no son menos importantes que las de los/las adultos.
  • No, no solamente se preocupan de pasarlo bien y dejan a un lado construirse un futuro.

Ahora, cuando alguien afirma que se trata de una etapa complicada por el comportamiento que se da en los adolescentes, en lugar de asentir y reforzar esta creencia prefiero sentarme y reflexionar: ¿complicada para quién?

La mayoría de las veces lo que subyace a los comportamientos que se consideran problemáticos de los adolescentes son problemas de comunicación. Redefinirlo como un problema de comunicación ayuda a dejar de señalar al adolescente como el problema e incluye a todos las partes implicadas con el objetivo de buscar una solución.  

Durante la infancia y la niñez, la educación a los hijos e hijas se vive más como un proceso unidireccional en el que son los padres y madres los que tienen la responsabilidad de aportar a sus hijos/as. De hecho, al principio de la vida son los padres y madres los encargados de proporcionar cuidado a sus bebés; sin embargo, con el paso del tiempo, la relación va equilibrándose y cada vez los hijos e hijas van siendo más autosuficientes.

En la adolescencia, las relaciones filio-parentales son bidireccionales y es tarea de los progenitores adecuarse a la edad y a las características propias de los hijos e hijas para favorecer un óptimo desarrollo (Ceballos y Rodrigo,1998).

Por otro lado, otro de los grandes retos que se presenta durante la adolescencia para los padres y madres es el establecimiento de límites. Los límites son necesarios, aunque seguramente esto sea algo difícil de entender para la mente de un adolescente. Sin embargo, no siempre es fácil determinar si los límites que marcamos son demasiado rígidos o demasiado laxos. En cualquier caso, no existe una forma universal de establecer límites a los hijos ya que cada persona es única y los contextos en los que se desenvuelve también.

¿QUÉ PUEDES HACER?

A continuación, te invito a reflexionar sobre algunas cuestiones que considero fundamentales para que consigas, como padre o madre de un adolescente: entenderlo/a mejor, entenderte (tú) mejor y mejorar la relación.

No te centres sólo en el problema.

Es normal que, si algo te preocupa, le prestes atención. Máxime si tiene que ver con un problema con tu hijo/a para el que, de momento, no encuentras solución. Sin embargo, centrarte excesivamente en el problema puede hacer que pases por alto algunas de las cosas que antes valorabas de él/ella. La mayoría de los/las adolescentes tienen la sensación de que solamente se les dice lo que hacen mal y nunca o pocas veces se les valora lo que hacen bien.

Quizás no te des cuenta de si esto es así o no, por eso voy a proponerte un ejercicio para que tú mismo/a puedas comprobar si tu comunicación hacia tu hijo/a se centra fundamentalmente en echarle la bronca. Apunta en una libreta diariamente cuántas cosas has valorado positivamente a tu hijo/a y por cuántas le has reñido. Cuando lleves unos cuantos días, repasa la lista y comprueba cuál es la tendencia general a la hora de dirigirte a él. Es normal que encuentres dificultades para valorarle algo ya que probablemente has estado centrándote solamente en los aspectos negativos. Haz un esfuerzo; merecerá la pena. 

Asume tu responsabilidad.

Es muy común en las madres y los padres que acuden a mi consulta escuchar frases del tipo “ya no me habla de sus cosas, cada vez está más distante” o “ya no tenemos la buena relación que teníamos antes”. Detrás de estas afirmaciones suelo encontrar a padres y madres frustrados y angustiados porque creen que no pueden hacer nada por recuperar la confianza con sus hijos/as. Se han dado por vencidos/as y, muchas veces sin darse cuenta, están dando toda la responsabilidad sobre su relación a sus hijos/as.

Llegados a este punto siempre trabajo lo mismo: tengo una buena noticia y una mala. La buena noticia es que sí se puede hacer algo por mejorar la relación; la mala (que en verdad no es tan mala una vez sabemos enfocarlo) es que tienes que asumir que no todo lo malo que ocurre a tu relación con tu hijo/a es responsabilidad suya: tú también tienes tu parte.

Parece obvio que todo lo que surge en el contexto de una relación depende en alguna medida de todas las partes implicadas. Sin embargo, cuando las cosas empiezan a no ir bien, es muy fácil echarle la culpa al otro/a, más aún si se trata de un/a adolescente. Asumir tu responsabilidad como padre/madre implica no solamente estar atento/a del comportamiento de tu hijo/a y reconducirlo cuando crees necesario, sino también reflexionar y hacer autocrítica sobre la forma en la que has ejercido tu rol.

Permítete equivocarte, reconocer tus errores y pedir perdón.

Siempre que tengo a padres o madres delante y tratamos este tema tengo la sensación de que viven con gran culpa los posibles errores que han cometido con respecto a la educación de sus hijos/as. Además, son cuestiones que no suelen hablar con mucha gente por miedo a sentirse juzgados/as.

Lo más importante en este sentido es reducir la autoexigencia: no eres el padre perfecto o la madre perfecta y no pasa nada: tu hijo/a no necesita que lo seas. No nacemos sabiendo ser padres o madres, e incluso aunque haya más de un hijo/a en la misma familia, cada persona tiene sus peculiaridades y no tendremos el mismo resultado con todas, aunque utilicemos los mismos métodos.

Es normal que te asuste cometer errores en la crianza de tus hijos/as, pero negarlos no es la mejor opción de cara al ejemplo que vas a darles. Todo el mundo tiene derecho a equivocarse, reconocerlo y pedirles disculpas puede ser un gran ejemplo de humildad. 

Aprende a establecer límites.

Uno de los mayores miedos de los padres y madres de adolescentes es perder la autoridad sobre ellos/as. Siempre que sale esta palabra en terapia, me gusta reflexionar sobre ella.

¿Qué significa tener autoridad con respecto a nuestros/as hijos/as? La mayoría de las veces nos referimos a la capacidad para marcarles límites, lo cual es importante durante toda la infancia, la niñez y continúa siéndolo en la adolescencia. Según algunas teorías existen cuatro tipos de estilos educativos que se configuran en base a dos dimensiones: afecto y normas/exigencia.

A modo análisis puede resultar útil estudiar cuál es la tendencia que predomina como padre/madre porque de este modo será más fácil identificar cuál es tu dificultad y, por tanto, reconducirte. El objetivo será siempre buscar el equilibrio: marcar límites sin dejar de dar afecto a nuestros/as hijos/as.

Normas/Exigencia +Normas/Exigencia –
Afecto +DemocráticoPermisivo
Afecto –AutoritarioNegligente

Asume que habrá conflictos y afróntalos.

La adolescencia también suele relacionarse con rebeldía. Son muchos los padres y madres que me cuentan en consulta lo sorprendidos que están por ver ciertas reacciones en sus hijos/as.

A estas edades cada vez pasan más tiempo en contextos diferentes al familiar por lo que ver respuestas nuevas es totalmente lógico. Si se trata, sencillamente, de una opinión diferente a la tuya que no tiene mayor trascendencia: asúmelo, tu hijo/a está adquiriendo su propia identidad y puede pensar diferente a ti; incluso puede pensar cosas que no te gusten y tendrás que aprender a respetarlo. Sin embargo, si consideras que sus respuestas son muy desajustadas o conllevan faltas de respeto es importante dejar claro que hay ciertas normas en la convivencia y que, si no se cumplen, habrá consecuencias. 

Si las conductas disruptivas son recurrentes puede ser interesante establecer una economía de fichas en la que se reflejen las normas y las consecuencias que habrá ante su incumplimiento. Recuerda que si lo necesitas puedes acudir a una consulta de psicología para asesorarte en este sentido.

No minimices los problemas o preocupaciones de tu hijo/a.

Existe una tendencia generalizada a quitar valor a los problemas o preocupaciones de los/las adolescentes. Seguro que habrás escuchado, dicho o pensado alguna vez afirmaciones del tipo “ya verás cuando tengas problemas de verdad”. Esta frase lleva implícita la idea de que los problemas o las cosas que le preocupan en este momento no son realmente importantes.

Quizás para los/las adultos el problema en cuestión no tiene mucha relevancia y esto no tiene que plantear necesariamente un problema siempre que seamos capaces de mostrar empatía. Cuando un niño pequeño está muy afectado por haberse olvidado en casa su juguete favorito solemos responder con dulzura y tendemos a consolarlo, aunque en el fondo pensemos que su problema es insignificante. ¿Por qué no hacer lo mismo con los/las adolescentes?

Me he encontrado en muchas ocasiones con padres y madres que tienen este tipo de respuestas por miedo a reforzar comportamientos excesivamente dramáticos/as en sus hijos/as (algo que es bastante común en la adolescencia). La clave está en comprender que se puede dar importancia a las cosas sin caer en el dramatismo. ¿Cómo hago entender esto a mis hijos/as? Comunicándome con ellos/as. Pero si quiero que me escuchen y razonen conmigo, no puedo iniciar la conversación quitando valor a su emoción. Frases del tipo “hijo/a, entiendo que esto es muy importante para ti, ¿has pensado cómo vas a hacer para solucionarlo?” facilitan la comunicación y, además, ayudan a enfocarse en la solución del problema.

Redefine tu papel como padre o madre.

Una vez se ha conseguido desfocalizar la atención del hijo/a adolescente queda la gran pregunta: en todo este proceso, ¿qué lugar ocupas tú como padre o madre? Parece que la adolescencia no es sólo una etapa de cambios para los hijos e hijas, también lo es para los padres y madres.

Ellos/as son cada vez más independientes y autosuficientes y tu rol como padre o madre tiene que transformarse para favorecer su proceso de individuación. Ni son niños, ni son adultos: son adolescentes; y hay que reconocerlos, tratarlos y quererlos como tal. Y tu tarea como padre o madre es encontrar la distancia justa que permita estar lo suficientemente lejos como para favorecer su independencia y lo suficientemente cerca como para que sepan que pueden contar contigo en caso de necesitarte.

Adicciones: más allá de los prejuicios.

Dentro del ámbito de las adicciones es bastante común encontrarte con multitud de prejuicios a nivel social. No era consciente de hasta qué punto yo misma estaba inmersa en ese mar de etiquetas hasta que empecé a trabajar en este contexto. Cuando digo que trabajo en el ámbito de las adicciones mucha gente se sorprende y la mayoría dicen algo así como que para esto hay que valer o que debe ser muy duro. Aunque nunca sé muy bien como tomármelo, si como un halago o como una crítica cargada de prejuicios hacia los pacientes con los que trabajo, suelo asentir y cambiar de tema. Sin embargo, después de muchos silencios he sentido la necesidad de aclarar algunas cuestiones sobre lo que supone realmente trabajar en este ámbito tan controvertido: las adicciones.

Qué es una adicción

En primer lugar, creo que es importante delimitar conceptualmente lo que entendemos por adicción. Según la RAE, adicción es la dependencia del consumo de alguna sustancia o de la práctica de alguna actividad. Pero, ¿qué se considera dependencia? Se dice que una persona es dependiente de alguna sustancia o conducta en concreto cuando tiene la necesidad compulsiva de consumir dicha sustancia o de llevar a cabo esa conducta. Bien, pero ¿cómo diferenciamos lo que es una necesidad compulsiva y lo que no? Como vemos, el primer problema ante el que nos enfrentamos a la hora de trabajar con adicciones es la definición de la misma. Desde mi experiencia puedo decir que no existe una definición única de lo que es una adicción y que es preferible centrarse en la realidad de la persona que tienes delante para así poder ayudarla. De manera que el tratamiento será una buena opción para todas aquellas personas que consideran que algo en relación al consumo de sustancias o a una determinada conducta está suponiéndole un problema a ella misma o a su contexto más inmediato (pareja, familia, trabajo). Al fin y al cabo, para llevar a cabo la intervención, no es tan impotante calificar si la persona tiene un problema de abuso o de dependencia como conocer realmente las características únicas de su problema e intervenir desde ahí.

Las personas que llegan demandando ayuda por problemas de adicción acuden por diversos motivos y de muy distintas formas. Hay mucha gente que viene presionada por su familia, otras personas porque les han dado un ultimátum en el trabajo, algunas también por motivaciones judiciales y otras porque están convencidas de que han tocado fondo y sienten que realmente quieren cambiar. Los escenarios son diversos como diversas son las personas. Sin embargo, sí he detectado que determinadas situaciones en relación a cómo afrontan esta problemática las personas con adicciones y sus familias se repiten con cierta frecuencia. Y hoy quiero hablar un poco más de esto.

Expectativas y consecuencias respecto a la conducta adictiva

Las personas llegan a tratamiento con problemas de consumo de sustancias o alguna adicción comportamental (juego patológico, adicción al sexo, compra compulsiva) pero también con los mismos prejuicios que la sociedad tiene sobre ellos. Una de las primeras cosas que se hace cuando los pacientes acuden es intentar identificar patrones de consumo. Para ello, se utiliza la técnica del análisis funcional de conducta a fin de identificar antecedentes, matices de la conducta en sí y consecuentes de la misma. En este sentido, es importantísimo que la persona sea lo más honesta posible puesto que de ahí será de donde saquemos la información para identificar las situaciones de alto riesgo y las estrategias que servirán como protección para evitar futuras recaídas. Una de las preguntas que suele hacerse va en relación a las expectativas del consumo. Es decir, cuando la persona consume, ¿para qué lo hace?. En este sentido, no suele ser difícil escuchar frases del tipo “para evadirme” o “para sentirme mejor”. Parece fácil comprender que la persona cuando consume espera encontrar algo positivo del consumo o de la conducta problema, es decir, tiene expectativas positivas con respecto a ello. Sin embargo, la cosa cambia cuando hablamos de consecuencias reales. Cuando pregunto acerca de las consecuencias negativas del consumo me encuentro muy frecuentemente con la respuesta “todas”; por otra parte, cuando indago sobre las consecuencias positivas del consumo lo que suelo obtener es un “ninguna”. Resulta curioso que sea lícito que la persona reconozca la intención con la que consume pero que no se acepte igual de bien que reconozca que, realmente, a veces consigue el efecto deseado (consecuencia positiva del consumo). De ahí precisamente que la conducta se vea reforzada y, por tanto, aumente la probabilidad de que se repita.

Está tan instaurado en la sociedad que “la droga es mala” que nos cuesta enormemente ser capaces de superar ese prejuicio para entender directamente cómo funciona el comportamiento adictivo de una persona. Como siempre explico a mis pacientes, las conductas se mantienen en el tiempo porque se ven de alguna forma reforzadas. Esto no quiere decir que las consecuencias del consumo sean todas positivas, es evidente que cuando llegan al momento de pedir ayuda por este motivo alguna consecuencia negativa han vivido. Sin embargo, la única forma válida de arrancar un tratamiento es siendo conscientes de que el consumo también tiene cosas positivas para esa persona. Tal y como yo lo entiendo, toda conducta tiene una función dentro de la vida de las personas y hasta que no seamos capaces de definir exactamente cuál es la función que cumple X conducta será francamente difícil encontrar una alternativa. Al final el tratamiento en adicciones consiste básicamente en generar conductas alternativas al consumo que permitan a la persona tener una vida normalizada.

La importancia del trabajo con familias

Con las familias este es un tema bastante complejo de trabajar. La mayoría suelen estar encantadas de escuchar a su familiar afirmar cosas como que el consumo no tiene absolutamente nada de positivo y que nunca más volverán a hacerlo. Suena bonito, pero no es real. El papel de las familias en el tratamiento de adicciones es fundamental porque en muchas ocasiones actuarán como barreras de contención externas, especialmente cuando la persona está iniciando el tratamiento y todavía no es capaz de ejercer su autocontrol para dejar de consumir. Por eso es tan importante que las familias sean conscientes también de cuáles son sus propios prejuicios y creencias con respecto al consumo ya que es responsabilidad de ellas generar un ambiente de confianza que permita a la persona pedir ayuda en caso de necesitarla. Es por esto que mi trabajo con las familias suele ir enfocado hacia la aceptación de la realidad tal cual es: es preferible que mi familiar me diga que tiene ganas de consumir cuando las tenga a que me prometa que no lo volverá a hacer sin estar seguro de ello.

En muchas ocasiones la intervención con las familias cobra un papel central en el tratamiento de las personas con problemas de adicción. Hemos dicho anteriormente que el consume siempre cumple una función en la vida de la gente, ¿lo recuerdas? Bien, no siempre cumple una función única y exclusivamente individual sino que a veces entran en juego variables relacionales que implican a personas del contexto más inmediato. Con un ejemplo seguro que lo entenderás mejor. Una pareja acude a consulta, ella dice que el motivo de pedir ayuda es que su marido bebe; el marido, por su parte, dice que el motivo de la consulta es que el bebe porque ella siempre le está gritando y no confía en él. ¿Qué fue primero: el alcohol o la desconfianza y los gritos? Desde el punto de vista de ella, sus gritos y su desconfianza son consecuencia de que él bebe; desde el punto de vista de él, bebe alcohol porque ella le grita y desconfía. Queda claro cuál es la función que cumple cada comportamiento en estos casos, ¿verdad? Es fácil caer en el error de intentar posicionarse a favor de uno o del otro, sin embargo, no es en absoluto necesario para ayudar a resolver este problema. Francamente, lo único importante es romper la dinámica de relación que está establecida y, para ello, ambos pueden poner de su parte.

La intención a la hora de escribir este post es sencillamente invitar a reflexionar sobre cómo los prejuicios en muchas ocasiones nos llevan a simplificar la realidad y estigmatizar a ciertos colectivos. Por eso cuando me dicen que hay que tener valor para trabajar con personas con problemas de adicción no sé muy bien cómo responder. Porque al final creo que las dificultades y las ventajas de trabajar en este ámbito son las mismas que las de trabajar con otras personas. Porque debajo de las etiquetas es eso lo que quedan: personas.

«¿Y si lo dejamos?» Cómo afrontar el conflicto en la pareja.

Me encanta trabajar con parejas porque me aporta una visión muy amplia de las relaciones sentimentales entre las personas. Es evidente que cada relación es distinta y que los integrantes de la misma son los que deciden qué cosas caben y cuáles no dentro de la pareja. Sin embargo, y a pesar de que como digo cada relación es diferente al resto, después de un tiempo trabajando con muchas parejas en consulta he podido identificar ciertos patrones que se repiten en parejas diferentes. Es por eso que me he decidido finalmente a escribir sobre ello. Y me animo a comentarlo, como en todos mis posts, desde el respeto más profundo y con la única intención de ofrecer un poco de luz a todos/as aquellos/as que podáis necesitarlo en este momento.

Como decía, dentro de la pareja hay una serie de acuerdos y límites que se negocian entre las dos partes y que definen la forma de relacionarse entre los miembros de la propia pareja y también, en parte, con el resto del mundo. Sabemos que existen parejas monógamas, polígamas, poliamorosas, exclusivas, etc. Independientemente del tipo de relación que sea, en todas las parejas inevitablemente tienen lugar conflictos. Decir que es normal, natural e incluso positivo que existan conflictos es tan obvio como necesario. Generalmente a nadie le gustan los conflictos, sin embargo, en muchas ocasiones constituten el motor para evolucionar. Pero, ¿de qué depende que un conflicto se transforme en algo positivo o suponga una amenaza para la relación? Entre otras cosas, de la forma en que se afronta. Y hoy vengo precisamente a hablaros de una forma muy concreta de intentar solucionar conflictos en la pareja. He observado en muchas ocasiones que, cuando un conflicto estalla en la pareja, una de las partes recurre de forma reiterada y con gran facilidad a la amenaza de poner fin a la relación. Esto, lejos de solucionar el problema, aumenta la tensión en ambas partes y genera un ambiente desagradable que acaba por desgastar la relación.

¿QUÉ PRETENDE CONSEGUIR LA PERSONA QUE UTILIZA ESTA ESTRATEGIA DE AFRONTAMIENTO?

Como en la mayoría de las cuestiones relacionadas con la psicología, las causas son múltiples y es realmente difícil (si no imposible) ser precisos en definir las mismas y sus interacciones. Es posible que utilizar esta forma de afrontar los conflictos en la pareja sea un patrón aprendido de tus padres, o que sea tu inseguridad la que te lleve a actuar así… En cualquier caso, no es demasiado importante perderte en buscar el origen. Lo que sí es importante es intentar identificar para qué se utilizan estas amenazas, es decir, qué espera conseguir la persona que las verbaliza. En general, me he encontrado con estos dos casos:

  1. Como forma de intentar recuperar el control que se siente perdido.

Cuando estamos en pareja es inevitable hacer concesiones. Si a mi pareja le gusta el rock y yo prefiero el pop seguramente acabaré escuchando rock en algunos momentos, aunque yo preferiría escuchar lo mío. Esto no es malo en absoluto, de hecho, es algo natural y adaptativo. Si cualquier pequeño detalle fuera un motivo de discusión para ver quién cede y quién no sería inviable mantener la armonía en la pareja. Sin embargo, a veces podemos sentir que existe un desequilibrio entre las concesiones que yo hago y las que hace la pareja. “Es que siempre cedo yo” es algo que escucho infinidad de veces en terapia de pareja. La sensación de estar renunciando a una parte de ti mismo/a por adaptarte continuamente a las necesidades de la otra persona puede hacerte sentir que has perdido las riendas de tu propia vida. “Siento que me he perdido de mí mismo/a” o “no soy quien era antes” son frases que he escuchado muchas veces en personas que, ante una discusión, recurren con cierta facilidad a amenazar con poner fin a la relación. Aunque a largo plazo este tipo de afirmaciones no beneficia a ninguna de las partes, la persona que las verbaliza puede tener en un primer momento la sensación de estar controlando la situación. Esta sensación de control ilusoria no suele durar demasiado porque, en la mayoría de las ocasiones, la persona no es capaz de tomar la decisión de dejar la relación llegado el momento. Por tanto, es fácil caer en un bucle de frustración que refuerce todavía más la idea de que ya no eres la persona que eras porque ni siquiera eres capaz de ser consecuente con tus promesas.

2. Como forma de cargar la responsabilidad de la decisión en la otra parte.

En otras ocasiones, las amenazas con el fin de la relación se utilizan como una forma de chantaje que pretende poner a la persona en la tesitura de elegir entre mantener ciertos comportamientos, actitudes o relación o seguir con la pareja. Se trata de, literalmente, poner a la persona entre la espada y la pared haciendo, con esto, que la responsabilidad del fin de la relación recaiga sobre ella. «Yo avisé de que si hacía tal cosa la relación se acabaría. Por tanto, como ha hecho tal cosa, la relación se ha acabado por su culpa.» Eximirse de la responsabilidad en la toma de decisiones con respecto al futuro de la relación coloca a la persona automática en un rol pasivo, de víctima, cargando todo el peso de la relación a la otra parte.

CÓMO GESTIONARLO

  1. Busca lo que hay más allá de tu rabia.

Es frecuente que durante una discusión digamos cosas sin pensar demasiado en las consecuencias y sin cuidar demasiado las formas. Mi madre siempre decía que es fácil perder la razón cuando se pierden las formas y no le faltaba razón. Sin embargo, y aunque no justificaré jamás las malas formas o las faltas de respeto, siempre invito a mis pacientes a que reflexionen y ellos/as mismos/as identifiquen cuál es el mensaje que intentaban transmitir realmente en ese momento de rabia. Muchas veces caemos en el grave error de invalidar el contenido de lo que se ha dicho solamente porque se ha dicho mal. Sin embargo, ¿cuántas veces te has sentido después de la reconciliación tras una discusión que no has llegado a transmitir realmente lo que necesitabas? ¿Cuántas veces te has forzado a pasar página cuando aún quedaba algo en el tintero? Podemos (y debemos) disculparnos por nuestras formas, pero no tenemos porqué tirar a la basura el mensaje. Párate a pensar en qué es realmente lo que querías transmitir, qué es lo que de verdad necesitabas decir a tu pareja en ese momento y busca el momento, con calma, para decírselo.

2. No intentes solucionarlo todo en el momento.

Muchas personas se ponen muy nerviosas cuando creen que un conflicto no se puede solucionar en el momento. Sin embargo, está comprobado (y seguro que tú también lo habrás experimentado en primera persona) que cuando estamos enfadados/as es muy difícil escuchar a la otra parte e intentar llegar a un acuerdo. Cuando estamos enfadados/as adoptamos una actitud de ataque o defensiva ante lo que ésta nos dice. Aunque pueda parecer un tópico: date tiempo. Seguro que, con un poco de tiempo, podrás ver la situación con perspectiva y serás más capaz de tomar la mejor decisión teniendo en cuenta todas las variables. La rabia, como decíamos anteriormente, tiene una función y está bien que aparezca y que le des su espacio. Pero es altamente probable que te lleve a valorar la información de forma sesgada. Recuerda algo importante: procura no tomar decisiones permanentes por una emoción temporal.

3. Responsabilízate de tus pensamientos, de tus sentimientos y de tus acciones.

Es bastante fácil detectar cuándo alguien está siendo irresponsable en sus estudios, en su trabajo e incluso de cara a su relación con otras personas. Sin embargo, observo con mucha frecuencia lo difícil que nos resulta responsabilizarnos de nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestras acciones con respecto a la pareja. Está claro que somos seres sociales y que lo que hagan los demás nos afectará en mayor o menor medida. Sin embargo, ¿cuántas veces echamos a los demás el peso de cosas que son nuestras? No quiero decir con esto que todo lo que te pase dependa exclusivamente de ti mismo/a ni que lo único que te separa de tus sueños sea la fuerza que pongas para alcanzarlos; lo que digo es que en muchas ocasiones volcamos sobre los demás una responsabilidad que es nuestra porque nos resulta muy complicado asumirla y actuar en consecuencia. El amor romántico nos ha hecho mucho daño haciéndonos creer que, en la pareja, es la otra parte la que tiene que encargarse de nuestra felicidad. Por tanto, si soy feliz será gracias al otro y si soy infeliz, también será por él/ella. O sea que mi felicidad depende de ti y la tuya de mí, menudo jaleo, ¿no? Con lo fácil que sería que cada uno cuidase de lo suyo, que para eso es suyo… Y así es como debe ser. De esta forma, responsabilizándote de lo que piensas, sientes y haces y entendiendo que quien tienes enfrente debe hacer lo mismo, será mucho más fácil resolver conflictos. Así, la forma de comunicar pasará de utilizar la segunda persona para señalar (“es que tú me haces sentir…”) a emplear la primera persona para expresar (“yo me siento…”).

Y, por último y no menos importante, si te sientes incapaz de resolver esto por ti mismo/a no lo dudes: PIDE AYUDA. La terapia de pareja es una buena oportunidad para analizar los problemas existentes y buscarle una solución.

¿Se puede ser «adicto/a» al trabajo?

Es evidente que el trabajo es una de las áreas más importantes de la vida de las personas. Más allá del sustento económico que aporta el trabajar, las personas logramos alcanzar muchas metas personales a través del trabajo. Tener un trabajo que te permita vivir y que además te guste no parece problemático a priori. De hecho, es algo deseable. Pero, ¿qué ocurre cuando el trabajo ocupa tanto tiempo en tu vida que acabas descuidando otras áreas? No existe un diagnóstico clínico que contemple la adicción al trabajo. De hecho (como ya hemos hablado otras veces en este blog) no resulta fácil definir exactamente qué es una adicción. Sin embargo, es probable que alguien necesite de ayuda psicológica porque dedica gran cantidad de tiempo al área laboral descuidando otros ámbitos de la vida como la familiar, social o personal.

¿Por qué sucede?

La conducta humana es compleja, por lo que intentar encontrar una única causa implicaría caer en un reduccionismo absurdo que ni explicaría ni ayudaría a trazar un plan de intervención que funcione. Sin embargo, algunos de los motivos que pueden provocar que dediques más tiempo al trabajo que a otras áreas son los siguientes:

  • Falta de organización: una correcta organización es fundamental para rentabilizar el tiempo. Las personas que tienen tendencia a la desorganización suelen invertir más tiempo en realizar tareas que quienes son organizados. Si tienes la sensación de no saber en qué has invertido tu tiempo a pesar de no haberte despegado del ordenador, probablemente necesites replantearte cómo estructuras tus tareas, cómo estableces las prioridades, etc.
  • Dificultad para delegar, trabajar en equipo o renunciar a tareas que no puedes abarcar: hay personas para las que existe una tendencia a asumir demasiadas responsabilidades. Esto puede suceder porque pienses que nadie hará el trabajo mejor que tú mismo/a o tal vez porque no quieras cargar al resto del equipo con más tareas. En el caso de ser autónomo, es problabe que pienses que el impacto de rechazar un trabajo en tu economía es algo inasumible.
  • Falta de habilidades sociales: el trabajo, si se comparte espacio con compañeros/as, es un entorno de socialización. Sin embargo, no es recomendable que todas las interacciones sociales que existen en tu vida se den en el trabajo. El área social y de ocio también precisa de tu atención y cuidado.
  • Evitar afrontar situaciones complicadas en otras áreas de la vida (familia, pareja, etc.). Si estás pasando un mal momento con tu pareja, tienes probelmas familiares, estás solo/a en casa y crees que tu cabeza no parará de dar vueltas, es posible que prefieras pasar más tiempo en el trabajo. Al fin y al cabo, evitar situaciones que nos generan malestar es algo muy humano.

Consecuencias

No nos engañemos: vivimos en una sociedad donde la productividad y la dedicación al trabajo están muy bien valoradas. Sin embargo, a nivel personal, esta dedicación excesiva al trabajo puede conllevar problemas de estrés, ansiedad, alteraciones del sueño, dificultades sociales, etc.

Vamos a reflexionar

Coge un papel y un lápiz y dibuja siete círculos pequeños, uno por cada día de la semana. Si puedes coger lápices de varios colores, hazlo, así será más visual. Intenta representar con cada uno de los colores el tiempo que dedicas cada día a las siguientes áreas de tu vida: familiar, social, personal, laboral.

¿Ya lo has hecho? Ahora, observando tus gráficos, reflexiona sobre las siguientes preguntas:

  • ¿Estoy satisfecho/a con la organización de mi tiempo?
  • ¿Hay algo que esté en mi mano para cambiar algo de dicha organización?
  • ¿El tiempo que estoy centrado/a en una tarea estoy pensando en otras cosas? (Por ejemplo, en el trabajo pienso en discusiones en casa, con mis amigos/as pienso en el trabajo pendiente, etc.

¿Cómo se soluciona?

Como en todas las cosas de la vida, la solución no es milagrosa ni instantánea. Si lo que quiere realmente es que el cambio sea duradero en el tiempo tendrás que pararte seriamente a reflexionar y comprometerte de verdad a incluir variaciones en tu rutina.

Puedes empezar por…

  • Delimitar tu jornada laboral. Tener un horario establecido de trabajo y cumplirlo es una de las cosas más importantes. Hay ciertos sectores en los que esto no depende de uno/a mismo/a y son los/as jefes/as los/as que, en ocasiones, no respetan los horarios. En estos casos, lamentándolo mucho, hay poco que se pueda hacer. Sin embargo, conozco muchos casos de autónomos/as que ven invadidas otras áreas de su vida por no establecer límites en el horario de trabajo. Delimitar la jornada laboral quiere decir que tienes que establecer un horario de trabajo y hacer todas las actividades relacionadas con el trabajo dentro del mismo. Esto incluye también atención telefónica, respuesta a correos electrónicos, etc. Parece obvio, ¿verdad? Sin embargo es uno de los errores más comunes cuando se trata de organizarse. Recuerda que aunque no estés desarrollando las tareas específicas de tu trabajo, estar atento del móvil no te permitirá desconectar. Si es posible, apaga el ordenador o deja el móvil lejos de ti para evitar la tentación de responder a posibles llamadas o emails entrantes.
  • Sé realista con lo que quieres abarcar: en ocasiones nos comprometemos a realizar más tareas de las que podemos realmente abarcar, lo cual conlleva un desgaste progresivo que puede hacerte entrar en un bucle de frustración importante. Es posible que un día puntual tengas que hacer un sobreesfuerzo, todos hemos tenido días complicados y está bien intentar adaptarse a los mismos. No obstante, si la dinámica habitual en el trabajo conlleva ese sobreesfuerzo más tarde o más temprano acabará teniendo consecuencias. Por tanto, reflexiona sobre si los objetivos que te propones alcanzar diariamente en tu trabajos son realistas y, en caso de que no sea así, actúa en consecuencia.
  • Aprende a delegar: en muchas ocasiones lo que hay detrás del exceso de horas dedicadas al trabajo es una falta de capacidad para delegar. Si eres muy perfeccionista y crees que nadie lo hará como tú o no quieres sobrecargar al resto con tareas que consideras de tu responsabilidad es probable que acabes necesitando robarle horas a tu tiempo libre para dedicárselas a tu trabajo.
  • Planifica actividades de ocio para disfrutar en tu tiempo libre y comprométete a realizarlas. Es probable que a priori no se te ocurra nada que hacer en tu tiempo libre. Si has dedicado gran parte de tu tiempo al trabajo puede hacerse difícil encontrar intereses ajenos al mismo. Tómatelo como un entrenamiento, las primeras veces tendrás que forzarte a respetar tu tiempo de ocio y probablemente te surjan muchas dudas acerca de qué hacer pero será cuestión de tiempo que se te vayan ocurriendo opciones. Esa idea tan extendida de que hay ciertas cosas que al ser humanos «nos salen solas y no deberían suponer un esfuerzo» es totalmente falta, así que organiza también tu tiempo libre y esfuérzate por cumplir tus objetivos a este nivel también.

Una buena gestión del tiempo que se dedica a cada área de la vida es fundamental para cuidar lo que llamamos salud mental. El trabajo es necesario e importante, pero no es ni debe ser el único pilar sobre el que se sustente tu vida.

¿Se puede ser adicto al café?

La cafeína es una sustancia que pertenece a la familia de las xantinas y tiene un efecto estimulante en el sistema nervioso central. Cuando piensas en cafeína seguramente lo primero que se te venga a la cabeza sea el café. Es cierto que el café contiene cafeína (aunque puede no contenerla en su versión descafeinada). Las bebidas carbonatadas (Coca-Cola o Pepsi) o bebidas energéticas (Redbull, Burn o Monster) contienen altas cantidades de cafeína. Socialmente, el consumo de cafeína se suele relacionar con un aumento de la productividad y rendimiento a la hora de estudiar o trabajar. Tanto es así que son muchas las personas que aseguran necesitar uno o más cafés por las mañanas para empezar a funcionar.

Si bien es cierto que el café ha demostrado tener efectos positivos en muchas áreas, el abuso de cafeína también puede repercutir en nuestra salud. ¿Puede afectar la cafeína a los problemas de ansiedad? ¿Qué efectos tiene en personas con problemas de insomnio? ¿Qué puede ocurrir cuando se desarrolla tolerancia a la cafeína? Estas cuestiones son las que vamos a tratar en este post.

El Manual Diagnóstico y Estadístico de los trastornos mentales (DSM-5) recoge, dentro de los trastornos relacionados con sustancias y trastornos adictivos, los problemas relacionados con el consumo de cafeína.

La cafeína, como sustancia psicoactiva, puede generar tolerancia, dependencia física y/o psicológica y síndrome de abstinencia. La tolerancia a la cafeína se genera cuando, tras su consumo continuado, el cuerpo se habitúa a los efectos y se necesita mayor cantidad para alcanzar los mismos efectos. La dependencia física se relaciona con los cambios orgánicos derivados del consumo (activación de receptores específicos a nivel cerebral) y la dependencia psicológica tiene que ver con los estímulos asociados que la persona asocia al momento del consumo (momento del día, personas con las que se consume, etc.). Ambos tipos de dependencia, cada una con sus mecanismos, provocan en la persona ganas de consumir. Cuando se ha generado dependencia a la sustancia y se cesa su consumo, la persona puede presentar una serie de síntomas desagradables que conforman el síndrome de abstinencia.

Los síntomas más comunes del síndrome de abstinencia a la cafeína son:

  • Dolor de cabeza. Es el síntoma más importante de la adicción a la cafeína. Suele comenzar en la parte posterior y los lados de la cabeza hasta llegar al centro de la misma.
  • Irritabilidad. Es un síntoma común de abstinencia de numerosas sustancias y adicciones: dejar de hacer algo que se había convertido en un hábito puede conllevar enfado y molestias.
  • Letargo. El sistema nervioso estaba acostumbrado a activarse con la cafeína por lo que ahora notará su ausencia y será más complicado sentirse despierto/a y activo/a.
  • Estreñimiento. La cafeína es un estimulante para los movimientos del intestino por lo que cuando cesa el consumo de la misma se puede notar este efecto rebote.
  • Falta de concentración. Aunque en algunas dosis la cafeína se utiliza precisamente para aumentar la concentración (todos/as hemos vivido épocas de exámenes en las que el café era nuestro mejor aliado), puede producir demasiada activación y, por tanto, dificultar la concentración.

¿Quiere esto decir que el consumo de cafeína es siempre perjudicial? La respuesta es no. Rotundamente no.

Entonces, ¿cuándo puede ser problemático el consumo de cafeína? 

Si tienes problemas de ansiedad. De hecho, dentro del DSM-5 antes mencionado existe un epígrafe para los trastornos de ansiedad inducidos por la ingesta de cafeína. Además, en general, las personas con problemas de ansiedad agravan sus síntomas con el consumo excesivo de cafeína. Un caso particular se da en personas que están tomando medicación para paliar la ansiedad y hacen uso de café o bebidas con cafeína diariamente. Los fármacos de elección para el tratamiento de la ansiedad se llaman comúnmente ansiolíticos, tiene un efecto depresor sobre el sistema nervioso central y pertenecen a la familia de las benzodiacepinas. Al combinar un estimulante como la cafeína con un ansiolítico, estamos enviando al cerebro señales contradictorias y reduciendo el efecto del ansiolítico. En algunos casos las personas son conscientes de que la medicación no está cumpliendo con su función y, sin plantearse que la cafeína pueda ser un problema, pueden llegar a aumentar la dosis sin supervisión médica. Esto supone un riesgo añadido puesto que un mal uso de los ansiolíticos puede conllevar también un trastorno adictivo. 

Si tienes problemas para dormir. El café se utiliza precisamente para mantenerse activo por lo que parece lógico que pueda provocar problemas para conciliar el sueño. Muchas de las personas que presentan problemas de insomnio justifican el consumo de café como forma de aumentar su nivel de activación y hacer frente al cansancio. Sin embargo, aunque a corto plazo pueda parecer una ayuda, mantener el consumo de cafeína en estos casos solamente cronifica el problema: “estoy cansado/a porque no he dormido bien por eso tomaré café para afrontar el día, aunque esto más tarde me creará más problemas para dormir”. La recomendación general es que no se tome ningún tipo de estimulante a partir de cierta hora de la tarde. En caso de estar muy cansados y notar que nuestro rendimiento baja, sería interesante encontrar otras formas de activación: deporte, lavarse la cara, tomar bebidas frías, etc.

Si tomas demasiada cafeína al día.  ¿Cuánto es “demasiado”? Utilizando terminología típica del ámbito de las adicciones podríamos afirmar que “demasiado” es cuando se pasa del “uso” al “abuso” de la sustancia. Pero, ¿qué se considera “abuso”?  No hay datos concluyentes que permitan determinar qué cantidad exacta de cafeína provoca consecuencias negativas en la persona. Sin embargo, la administración de alimentos y medicamentos de los Estados Unidos (FDA) determinó que 400 miligramos de cafeína al día en adultos sanos no se relacionaban con efectos negativos. Sin embargo, hay personas que son más aparentemente sensibles a los efectos de la cafeína y pueden notar efectos desagradables con cantidades menores. Los efectos adversos de la cafeína no solamente son psicológicos, sino que también se relaciona con problemas cardiovasculares como hipertensión arterial, arritmias, cefaleas, etc. Es importante conocerse a uno mismo y analizar las reacciones de nuestro propio cuerpo; si con un solo café me noto taquicárdico o especialmente tembloroso, seguramente no sea buena idea tomar otro. Por otro lado, como en cualquier adicción, la persona suele sentir pérdida de control con respecto al consumo de café y serias dificultades para reducir su consumo a pesar de proponérselo a conciencia.

¿Cómo tratarlo?

Para evitar los síntomas desagradables del síndrome de abstinencia se pueden establecer ciertos límites que permitan reducir gradualmente el consumo de cafeína. En la mayoría de los casos el objetivo del tratamiento será alcanzar un consumo controlado. Sin embargo, a veces por prescripción médica (hipertensión arterial, problemas cardiovasculares, etc.) o psiquiátrica (problemas de ansiedad) será necesaria la abstinencia total. Independientemente de cuál sea el objetivo del tratamiento se elaborará un plan de reducción paulatina del consumo de café hasta alcanzar el objetivo pactado con el paciente.

Otras opciones: ¡pásate al descafeinado!

Una opción es empezar a beber café descafeinado ya que se ha demostrado que tiene prácticamente las mismas propiedades beneficiosas que el café a nivel de sistema circulatorio, mejora del rendimiento físico, disminicuión del riesgo de enfermedades neurodegenerativas, etc.

Corresponsabilidad, ¿qué querrá decir?

A menudo escucho, tanto en terapia como a pie de calle, expresiones del tipo «mi marido no me ayuda en casa», «yo ayudo a mi pareja con las tareas del hogar». No solamente ocurre con las tareas del hogar, también con aspectos relacionados con la crianza de los hijos e hijas. Todos/as hemos escuchado en alguna ocasión valoraciones positivas a padres que sacan a sus hijos/as al parque, que se encargan de cambiarles los pañales y que están implicados en la educación de sus hijos/as. Casi parece que realizar este tipo de actividades los convierte en superpapás. En cambio, no se dice lo mismo de las mujeres que hacen exactamente lo mismo por sus hijos o hijas.

¿Por qué sucede?

Inevitablemente, tenemos que hablar desde la perspectiva de género. Del mismo modo que se atribuyen ciertas características y comportamientos como comunes de un género u otro, también se nos asignan según el género diferentes responsabilidades. Creo que la clave está en que socialmente se ha asumido que hay ciertas tareas que son responsabilidad de la mujer y no se suele valorar a alguien por hacer algo que se considera su responsabilidad. De hecho, si una mujer no hace lo que se considera que tiene que hacer, será motivo de juicios negativos y duras críticas. En el caso de los hombres la cosa cambia. En el momento en el que entendemos que la responsabilidad de las tareas del hogar y de la crianza de los hijos e hijas es de la mujer, toda acción por parte del hombre que implique colaborar activamente en estas tareas será entendida como una acción voluntaria de ayuda y, por tanto, será valorada más positivamente. En resumidas cuentas: la mujer tiene la obligación de hacer estas cosas mientras que los hombres pueden elegir si hacerlas o no. Esto genera automáticamente una situación de desigualdad entre hombres y mujeres donde los hombres tienen el privilegio de poder elegir y las mujeres están obligadas a asumir la responsabilidad de determinadas tareas.

La doble jornada

Tradicionalmente los roles de los padres y las madres dentro del sistema familiar estaban muy bien definidos: el padre se encargaba de mantener económicamente a la familia mientras que la madre se ocupaba exclusivamente de las tareas del hogar y de criar a los hijos/hijas. Ser ama de casa es de los trabajos menos valorados tanto social como económicamente, además de no tener horarios prefijados, por lo que ni siquiera de esta forma se trataba de un reparto igualitario de las tareas.

Cuando surge la incorporación de la mujer al mundo laboral ya no vale la excusa de que ellas pasan más tiempo en casa y por eso se tienen que responsabilizar de ella. Esta situación pone a la mujer en la tesitura de tener que elegir entre su vida laboral y familiar:

  • Trabajos a tiempo parcial con el fin de poder compatibilizar la crianza de sus hijos e hijas con su desarrollo profesional.
  • Delegar el cuidado de sus hijos e hijas a familiares cercanos, que generalmente son otras mujeres de la familia.
  • Sobrecargarse de trabajo: asumir la responsabilidad de todas las tareas de casa y de crianza más las propias de su trabajo.


Corresponsabilidad o responsabilidad compartida


La corresponsabilidad implica que dos o más personas son responsables de algo, es decir, la responsabilidad se reparte en partes iguales entre todas las personas implicadas. Aplicado al reparto de las tareas domésticas o la crianza de los hijos e hijas, la responsabilidad no es exclusiva de una de las partes (generalmente la mujer), sino que pertenece a ambas partes. Por tanto, hacer tareas de casa no es ayudar a mi pareja, puesto que también soy responsable de ello.

En este sentido, es bastante frecuente que las personas que no estaban acostumbradas a asumir responsabilidades en casa se olviden de lo que tienen que hacer. Es importante utilizar alguna herramienta que ayude a recordar cuál es el reparto de tareas que se ha establecido, puesto que si la otra parte se encarga de recordar continuamente la tarea a realizar, no estará descargándose de la responsabilidad de la misma.

La app móvil Dommus ayuda a repartir y organizar las tareas de casa, permitiendo hacer un listado de las cosas pendientes y asignando un responsable para cada tarea. ¿Te animas a probarla?

Codependencia emocional

¿Has escuchado hablar alguna vez de la codependencia? Normalmente este término está relacionado con la dependencia emocional, sin embargo, tiene algunos matices que lo diferencian del mismo. La codependencia emocional se da cuando dos personas simultáneamente presentan dependencia. Es posible que la dependencia sea mutua entre dos personas o que una de las personas sea dependiente de alguien que, a su vez, depende de otra cosa. Este último caso es el más común en el ámbito de las adicciones y es en el que nos centraremos en este post.

En este sentido, se entiende como codependiente a la persona que se dedica a cuidar, corregir y salvar a un drogodependiente, involucrándose en sus situaciones de vida conflictivas, sufriendo y frustrándose ante sus repetidas recaídas, llegando a adquirir características y conductas tan erróneas como las del propio adicto (Cocores, 1987). La codependencia puede darse en parejas, madres, padres, hermanos o cualquier persona que esté cerca de la persona con problemas de adicción. El rol de la mujer ha sido tradicionalmente el de cuidar y proteger a los que están a su alrededor, por lo que no es de extrañar que, en la mayoría de los casos, la codependencia se dé en mujeres del entorno de la persona adicta.


¿Cómo saber cuándo alguien es codependiente?

Algunas conductas propias de las personas codependientes son las siguientes:

  • Control excesivo de la otra persona – «Sólo estoy tranquilo/a cuando está conmigo». Existe la necesidad de saber en todo momento dónde está y qué hace la otra persona por miedo a que se pueda dar un consumo.
  • Asumir responsabilidades del otro – «He ido a pagar unas facturas al banco porque sé que él/ella no lo haría». Es complicado ser consciente de que una persona a la que quieres va a vivir una situación desagradable y no hacer nada por evitarlo. Sin embargo, es contraproducente solucionar los problemas de forma habitual ya que impide que la persona viva las consecuencias propias de su conducta irresponsable y aumenta la probabilidad de que ésta se repita.
  • Dificultad para expresar opiniones personales por miedo a la reacción de la otra persona“Me asusta decirle que no estoy de acuerdo con lo que dice por si después se va a consumir”. Las personas codependientes suelen creer que lo que ellas digan o hagan determina el comportamiento de la otra persona, por lo que suelen sentir inseguridad o miedo de mostrar desacuerdo o entrar en conflicto por si esto supone una recaída. La comunicación se ve condicionada por ciertos temas que no pueden abordarse y la persona que calla suele vivirlo en soledad y silencio. Además, acostumbrar a la persona a tener siempre y no vivir nunca ningún conflicto es contraproducente a la hora de que trabaje su tolerancia a la frustración. Se puede generar en casa un ambiente aparentemente idílico donde todo sea del agrado de la persona, pero difícilmente esto sucederá en todos los contextos de su vida por lo que al enfrentarse al mundo real las consecuencias pueden ser mucho peores.   

  • Dejadez con respecto a la propia vida – “Sólo me importa que él/ella esté bien». Al centrarse tanto en una única persona, la vida personal, social y familiar se ven notablemente reducidas. Si tenemos en cuenta la cantidad de prejuicios que existen a nivel social con respecto a las personas con problemas de adicción, esto se complica aún más. La persona codependiente no suele buscar apoyo en las personas de su entorno por miedo al rechazo o al juicio, por lo que el aislamiento acaba siendo cada vez más notable.
  • Baja autoestima – «No soy lo suficientemente buena, soy incapaz de solucionar el problema». Dedicar tanto esfuerzo y dedicación a una causa y comprobar en reiteradas ocasiones que escapa del propio control tiene como consecuencia una baja autoestima.

El tratamiento de la codependencia

  • Redefinir el problema. Lo más común es que la mayor parte de la atención se centre en la persona con problemas de adicción. Como es la persona adicta la que tiene el problema, la ayuda también se pedirá fundamentalmente para ella. El trabajo del terapeuta será reenfocar y redefinir el problema integrando a todos los componentes del contexto de la persona y analizando la función que cumplen. No se trata de negar que existe un problema de adicción, se trata de ampliar la visión y comprender que no es el único problema existente y, por tanto, la ayuda no debe ir exclusivamente dirigida a la persona adicta.
  • Nuevo reparto de responsabilidades. Como ya se ha mencionado anteriormente, las personas codependientes suelen dejar sus responsabilidades de lado por estar asumiendo las de la persona a la que sienten que deben proteger. En este sentido, uno de los objetivos prioritarios del tratamiento será otorgar la responsabilidad de sus pensamientos, sentimientos y acciones a cada uno.
  • Trabajar el autoconcepto. Vivir mucho tiempo pendiente de otra persona deja secuelas a nivel de autoconcepto y autoestima. Para empezar, las personas codependientes suelen definirse a sí mismas en relación a la otra persona y el rol que desempeñan con respecto a ésta se convierte en un rasgo central de su identidad: “soy la pareja de…/la madre de…”. Además, utilizan normalmente el plural para hacer referencia a cuestiones que pertenecen a la persona con problemas y suelen hablar más de ésta que de sí mismos/as. Por tanto, uno de los objetivos en este sentido será que la persona comience a definirse por sí misma como alguien independiente y comprenda que en su vida hay más ámbitos que también deben tener un espacio: “soy la pareja de…/la madre de…y además trabajo en una farmacia y me gusta salir a pasear por las tardes”.
  • Reforzar la autoestima. Trabajar los problemas de autoestima es imprescindible en personas que tienen problemas de codependencia. La sensación de haberse dejado a sí mismas y de haber depositado tanto esfuerzo y dedicación a una causa sin conseguir los resultados esperados conlleva una baja autoestima. Se vuelve imprescindible trabajarla de manera conjunta con el autoconcepto, puesto que valorarme en función de si la otra persona consigue superar su problema solamente reforzaría los comportamientos codependientes. Se trata entonces de redefinir la identidad como persona (más allá del rol de cuidador/a) para, entonces, valorarse por quien se es individualmente.

¿Por qué trabajarlo en adicciones?

Una mirada más amplia que incluya a las personas más cercanas del contexto de la persona con problemas de adicción ayuda a que el tratamiento de deshabituación sea exitoso, ya que este tipo de comportamientos reiterados en el tiempo pueden acabar provocando recaídas. Además, para la persona codependiente supone un gran alivio y un aumento de su calidad de vida dejar de responsabilizarse de cuestiones ajenas para pasar a ocuparse de las suyas propias. ¡Todo ventajas!

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