La RALE (Real Academia de la Lengua Española) define la adolescencia como el periodo de la vida humana que sigue a la niñez y precede a la juventud. Según esta definición, parece que la adolescencia no es más que una etapa de transición, una especie de puente que lleva desde la tierna niñez hasta la adultez temprana.
Los cambios físicos ligados a la pubertad, la socialización con el grupo de iguales que cobra más importancia que nunca y todos los procesos psicológicos que influyen en la formación de la identidad se dan en una etapa que consideramos de transición. Y si no es mucho pedir: cuanto más rápido pase, mejor.
Como que esta definición no le hace justicia a una etapa tan importante en el desarrollo de la persona a todos los niveles, ¿no?
¿CUÁLES SON LAS MAYORES DIFICULTADES QUE PRESENTA LA ADOLESCENCIA?
Llevo mucho tiempo dándole vueltas a la mala fama que tiene esta etapa de la vida en nuestra sociedad.
Trabajar muy de cerca con adolescentes y poder reflexionar con ellos acerca las creencias que se tienen a nivel social sobre la etapa del ciclo vital que atraviesan me ha ayudado a curarme los prejuicios (que por supuesto yo también tenía).
- No, no es una etapa de transición que tiene que pasar cuanto antes.
- No, sus preocupaciones no son menos importantes que las de los/las adultos.
- No, no solamente se preocupan de pasarlo bien y dejan a un lado construirse un futuro.
Ahora, cuando alguien afirma que se trata de una etapa complicada por el comportamiento que se da en los adolescentes, en lugar de asentir y reforzar esta creencia prefiero sentarme y reflexionar: ¿complicada para quién?
La mayoría de las veces lo que subyace a los comportamientos que se consideran problemáticos de los adolescentes son problemas de comunicación. Redefinirlo como un problema de comunicación ayuda a dejar de señalar al adolescente como el problema e incluye a todos las partes implicadas con el objetivo de buscar una solución.
Durante la infancia y la niñez, la educación a los hijos e hijas se vive más como un proceso unidireccional en el que son los padres y madres los que tienen la responsabilidad de aportar a sus hijos/as. De hecho, al principio de la vida son los padres y madres los encargados de proporcionar cuidado a sus bebés; sin embargo, con el paso del tiempo, la relación va equilibrándose y cada vez los hijos e hijas van siendo más autosuficientes.
En la adolescencia, las relaciones filio-parentales son bidireccionales y es tarea de los progenitores adecuarse a la edad y a las características propias de los hijos e hijas para favorecer un óptimo desarrollo (Ceballos y Rodrigo,1998).
Por otro lado, otro de los grandes retos que se presenta durante la adolescencia para los padres y madres es el establecimiento de límites. Los límites son necesarios, aunque seguramente esto sea algo difícil de entender para la mente de un adolescente. Sin embargo, no siempre es fácil determinar si los límites que marcamos son demasiado rígidos o demasiado laxos. En cualquier caso, no existe una forma universal de establecer límites a los hijos ya que cada persona es única y los contextos en los que se desenvuelve también.
¿QUÉ PUEDES HACER?
A continuación, te invito a reflexionar sobre algunas cuestiones que considero fundamentales para que consigas, como padre o madre de un adolescente: entenderlo/a mejor, entenderte (tú) mejor y mejorar la relación.
No te centres sólo en el problema.
Es normal que, si algo te preocupa, le prestes atención. Máxime si tiene que ver con un problema con tu hijo/a para el que, de momento, no encuentras solución. Sin embargo, centrarte excesivamente en el problema puede hacer que pases por alto algunas de las cosas que antes valorabas de él/ella. La mayoría de los/las adolescentes tienen la sensación de que solamente se les dice lo que hacen mal y nunca o pocas veces se les valora lo que hacen bien.
Quizás no te des cuenta de si esto es así o no, por eso voy a proponerte un ejercicio para que tú mismo/a puedas comprobar si tu comunicación hacia tu hijo/a se centra fundamentalmente en echarle la bronca. Apunta en una libreta diariamente cuántas cosas has valorado positivamente a tu hijo/a y por cuántas le has reñido. Cuando lleves unos cuantos días, repasa la lista y comprueba cuál es la tendencia general a la hora de dirigirte a él. Es normal que encuentres dificultades para valorarle algo ya que probablemente has estado centrándote solamente en los aspectos negativos. Haz un esfuerzo; merecerá la pena.
Asume tu responsabilidad.
Es muy común en las madres y los padres que acuden a mi consulta escuchar frases del tipo “ya no me habla de sus cosas, cada vez está más distante” o “ya no tenemos la buena relación que teníamos antes”. Detrás de estas afirmaciones suelo encontrar a padres y madres frustrados y angustiados porque creen que no pueden hacer nada por recuperar la confianza con sus hijos/as. Se han dado por vencidos/as y, muchas veces sin darse cuenta, están dando toda la responsabilidad sobre su relación a sus hijos/as.
Llegados a este punto siempre trabajo lo mismo: tengo una buena noticia y una mala. La buena noticia es que sí se puede hacer algo por mejorar la relación; la mala (que en verdad no es tan mala una vez sabemos enfocarlo) es que tienes que asumir que no todo lo malo que ocurre a tu relación con tu hijo/a es responsabilidad suya: tú también tienes tu parte.
Parece obvio que todo lo que surge en el contexto de una relación depende en alguna medida de todas las partes implicadas. Sin embargo, cuando las cosas empiezan a no ir bien, es muy fácil echarle la culpa al otro/a, más aún si se trata de un/a adolescente. Asumir tu responsabilidad como padre/madre implica no solamente estar atento/a del comportamiento de tu hijo/a y reconducirlo cuando crees necesario, sino también reflexionar y hacer autocrítica sobre la forma en la que has ejercido tu rol.
Permítete equivocarte, reconocer tus errores y pedir perdón.
Siempre que tengo a padres o madres delante y tratamos este tema tengo la sensación de que viven con gran culpa los posibles errores que han cometido con respecto a la educación de sus hijos/as. Además, son cuestiones que no suelen hablar con mucha gente por miedo a sentirse juzgados/as.
Lo más importante en este sentido es reducir la autoexigencia: no eres el padre perfecto o la madre perfecta y no pasa nada: tu hijo/a no necesita que lo seas. No nacemos sabiendo ser padres o madres, e incluso aunque haya más de un hijo/a en la misma familia, cada persona tiene sus peculiaridades y no tendremos el mismo resultado con todas, aunque utilicemos los mismos métodos.
Es normal que te asuste cometer errores en la crianza de tus hijos/as, pero negarlos no es la mejor opción de cara al ejemplo que vas a darles. Todo el mundo tiene derecho a equivocarse, reconocerlo y pedirles disculpas puede ser un gran ejemplo de humildad.
Aprende a establecer límites.
Uno de los mayores miedos de los padres y madres de adolescentes es perder la autoridad sobre ellos/as. Siempre que sale esta palabra en terapia, me gusta reflexionar sobre ella.
¿Qué significa tener autoridad con respecto a nuestros/as hijos/as? La mayoría de las veces nos referimos a la capacidad para marcarles límites, lo cual es importante durante toda la infancia, la niñez y continúa siéndolo en la adolescencia. Según algunas teorías existen cuatro tipos de estilos educativos que se configuran en base a dos dimensiones: afecto y normas/exigencia.
A modo análisis puede resultar útil estudiar cuál es la tendencia que predomina como padre/madre porque de este modo será más fácil identificar cuál es tu dificultad y, por tanto, reconducirte. El objetivo será siempre buscar el equilibrio: marcar límites sin dejar de dar afecto a nuestros/as hijos/as.
Normas/Exigencia + | Normas/Exigencia – | |
Afecto + | Democrático | Permisivo |
Afecto – | Autoritario | Negligente |
Asume que habrá conflictos y afróntalos.
La adolescencia también suele relacionarse con rebeldía. Son muchos los padres y madres que me cuentan en consulta lo sorprendidos que están por ver ciertas reacciones en sus hijos/as.
A estas edades cada vez pasan más tiempo en contextos diferentes al familiar por lo que ver respuestas nuevas es totalmente lógico. Si se trata, sencillamente, de una opinión diferente a la tuya que no tiene mayor trascendencia: asúmelo, tu hijo/a está adquiriendo su propia identidad y puede pensar diferente a ti; incluso puede pensar cosas que no te gusten y tendrás que aprender a respetarlo. Sin embargo, si consideras que sus respuestas son muy desajustadas o conllevan faltas de respeto es importante dejar claro que hay ciertas normas en la convivencia y que, si no se cumplen, habrá consecuencias.
Si las conductas disruptivas son recurrentes puede ser interesante establecer una economía de fichas en la que se reflejen las normas y las consecuencias que habrá ante su incumplimiento. Recuerda que si lo necesitas puedes acudir a una consulta de psicología para asesorarte en este sentido.
No minimices los problemas o preocupaciones de tu hijo/a.
Existe una tendencia generalizada a quitar valor a los problemas o preocupaciones de los/las adolescentes. Seguro que habrás escuchado, dicho o pensado alguna vez afirmaciones del tipo “ya verás cuando tengas problemas de verdad”. Esta frase lleva implícita la idea de que los problemas o las cosas que le preocupan en este momento no son realmente importantes.
Quizás para los/las adultos el problema en cuestión no tiene mucha relevancia y esto no tiene que plantear necesariamente un problema siempre que seamos capaces de mostrar empatía. Cuando un niño pequeño está muy afectado por haberse olvidado en casa su juguete favorito solemos responder con dulzura y tendemos a consolarlo, aunque en el fondo pensemos que su problema es insignificante. ¿Por qué no hacer lo mismo con los/las adolescentes?
Me he encontrado en muchas ocasiones con padres y madres que tienen este tipo de respuestas por miedo a reforzar comportamientos excesivamente dramáticos/as en sus hijos/as (algo que es bastante común en la adolescencia). La clave está en comprender que se puede dar importancia a las cosas sin caer en el dramatismo. ¿Cómo hago entender esto a mis hijos/as? Comunicándome con ellos/as. Pero si quiero que me escuchen y razonen conmigo, no puedo iniciar la conversación quitando valor a su emoción. Frases del tipo “hijo/a, entiendo que esto es muy importante para ti, ¿has pensado cómo vas a hacer para solucionarlo?” facilitan la comunicación y, además, ayudan a enfocarse en la solución del problema.
Redefine tu papel como padre o madre.
Una vez se ha conseguido desfocalizar la atención del hijo/a adolescente queda la gran pregunta: en todo este proceso, ¿qué lugar ocupas tú como padre o madre? Parece que la adolescencia no es sólo una etapa de cambios para los hijos e hijas, también lo es para los padres y madres.
Ellos/as son cada vez más independientes y autosuficientes y tu rol como padre o madre tiene que transformarse para favorecer su proceso de individuación. Ni son niños, ni son adultos: son adolescentes; y hay que reconocerlos, tratarlos y quererlos como tal. Y tu tarea como padre o madre es encontrar la distancia justa que permita estar lo suficientemente lejos como para favorecer su independencia y lo suficientemente cerca como para que sepan que pueden contar contigo en caso de necesitarte.